jueves, 27 de octubre de 2011

Ciudades paralelas

Las ciudades guardan en ellas varias caras, universos paralelos que cohabitan en cada una de sus calles y que pueden individualizarse con un gesto tan simple como cambiar el punto de vista.
En Venecia es fácil hacerlo: sólo hay que montar en un barquito y recorrer los lugares que has visitado caminando; la navegación por los canales ofrece dos apariencias diferentes de la ciudad: o se amplía la perspectiva y las imágenes se llenen de luz, u ocurre exactamenmte lo contrario y entonces son tenues sombras las que llenan la mirada; en cualquier caso la ciudad es distinta y los ruidos son otros: el salpicar del agua contra la quilla, el rumor de los turistas en la lejanía, el silencio que rebota en las paredes desnudas y abofetea al navegante como un viento desconocido, el tañer de las campanas que resuenan con notas diferentes en el agua. En otros canales aparece un elemento desconocido para el caminante: el tráfico fluvial, los semáforos, las barcas-carguero que llevan una pequeña grúa y un gran depósito de material, las ambulancias amarillas a las que ceder el paso.
El mundo acuático ofrece embarcaderos compuestos por dos escalones y una puerta, o pequeñas lagunas insertas en los bajos de las casas, protegidas por una verja o un portalón. Permite contemplar zonas prohibidas al caminante, como el interior negro de los puentes donde sólo llegan las miradas de quien es capaz de dejarse tragar por ellos, sin saber si al otro lado se encontrará en una ciudad distinta.
Los caminantes son vistos como bípedos extraños, estatuas flanqueantes a las que deja atrás una y otra vez, dotadas de voces demasiado fuertes, o demasiado agudas, peregrinos alborotadores e imprevisibles, multicolores, ajenos a su orbe líquido; sabe el navegante que infinitas puertas conectan ambos mundos, y que él mismo es partícipe de ambos; así puede viajar de uno a otro y multiplicar por mil su colección de imágenes.