Hannêkhris:
Estoy sentado, arrebujado bajo una manta leyendo tu correspondencia; la que me
escribes, por la mañana, desde Kerala donde Vishnu lanzó su hacha al mar y los
tigres hacen huir a los campesinos con las cestas llenas de arroz… O por las
tardes desde Patna, ciudad acostada a la sombra de las grandes montañas, desde donde
los ríos desbordan sus aguas en primavera y la gente vive en palafitos con postes
de bronce… Estoy sentado y arrebujado, repito, pensando lo mucho y lo poco que
sé de ti: lo mucho, por lo que extraigo de tus cartas limpias de papel, cómo
no, de arroz; lo poco porque no tengo de ti sino un vago recuerdo enterrado en
las profundidades de otros recuerdos perezosos que bailan y se entremezclan sin
aparente orden. Y puesto a divagar con la memoria perdida en un laberinto de
incoherencias, he empezado a jugar a las adivinanzas; a las adivinaciones; y
voy a buscar en mis deseos uno de esos misterios tuyos de los que nada sé.
Quiero imaginar
a qué hueles.
A veces
a bosque. A bosque en otoño, que es cuando los bosques huelen a bosque; a
madera húmeda por la lluvia, a roble y acebo. A ramas de helecho perladas de
rocío, goteantes. A hojarasca multicolor sonajeando con la brisa, a huellas en
el suelo ignorantes de dueño… A miradas animales tras el sotobosque, vigilantes
y cautas, a perfumes de arándano traídos por el viento por sobre el riachuelo
que canta en varios tonos. Sí; a veces hueles al padre bosque, misterioso y profundo.
Pero
otras veces hueles a especias, a pimienta penetrante, a cúrcuma verdeamarilla fresca
y fragante, a mercado callejero, a henna en la piel y marca roja en el centro
de la frente. A
sudor de caña de azúcar, a semillas de cardamomo, a ras el hanut. A misterio oriental entre cortinas de seda
acariciadas por una brisa suave, refrescante, a niños bañándose en el Ganges,
el río donde los muertos inician su último viaje. Sí; a veces hueles a oriente,
misterioso y profundo.
Y
también hueles a mar. A roca cubierta de salitre, a pecio oculto tras el
arrecife. A duna de oro transportada por los elementos. A brisa de la tarde
cargada de humedad. A tormenta costera que llena de ozono el aire y deja un no-sé-qué que
cosquillea en la nariz, a-piel-mojada-a-grano-de-sal-de-roca-a-cristal-de-arena-a-rosa-del-desierto.
Sí; a veces hueles a Mediterráneo, misterioso y profundo.
Sigo
arrebujado bajo la manta inventando perfumes; ahora puedo ponerte uno distinto
cada hora del día y con ello imagino a una Hannêkhris diferente y te multiplico
por mil y obtengo mil y una versiones de ti. Todas eres tú, poliédrica,
fragante, perturbadora, liviana, dulce, cosquipicante, reconfortante,
excitante, musical… hasta que los adjetivos se acaban y recurro a nombres
opuestos como calor y frescura, sonrisa y lágrima, deseo y logro, abrazo y
mirada, vida y más vida. Te materializo en mi mente al otro lado del mundo y en
un instante estás aquí transportada por tus olores evocadores y salvajes.
Ahora
quemaré esta carta después de imaginar que te la envío. Lanzaré las
cenizas al viento de poniente, y estoy seguro de que una minúscula partícula
atravesará el océano y entrará en ti, llegará hasta tu espíritu y todo mi amor
concentrado en un solo átomo se expandirá y entonces sabrás que no estás sola;
que al otro lado del mar tu otra mitad te amará incondicionalmente hasta que el
tiempo y el espacio colapsen.
Sorrento,
a 4 de octubre.