lunes, 3 de octubre de 2016

Cartas de los sentidos.1.



Hannêkhris: Estoy sentado, arrebujado bajo una manta leyendo tu correspondencia; la que me escribes, por la mañana, desde Kerala donde Vishnu lanzó su hacha al mar y los tigres hacen huir a los campesinos con las cestas llenas de arroz… O por las tardes desde Patna, ciudad acostada a la sombra de las grandes montañas, desde donde los ríos desbordan sus aguas en primavera y la gente vive en palafitos con postes de bronce… Estoy sentado y arrebujado, repito, pensando lo mucho y lo poco que sé de ti: lo mucho, por lo que extraigo de tus cartas limpias de papel, cómo no, de arroz; lo poco porque no tengo de ti sino un vago recuerdo enterrado en las profundidades de otros recuerdos perezosos que bailan y se entremezclan sin aparente orden. Y puesto a divagar con la memoria perdida en un laberinto de incoherencias, he empezado a jugar a las adivinanzas; a las adivinaciones; y voy a buscar en mis deseos uno de esos misterios tuyos de los que nada sé.

Quiero imaginar a qué hueles.

A veces a bosque. A bosque en otoño, que es cuando los bosques huelen a bosque; a madera húmeda por la lluvia, a roble y acebo. A ramas de helecho perladas de rocío, goteantes. A hojarasca multicolor sonajeando con la brisa, a huellas en el suelo ignorantes de dueño… A miradas animales tras el sotobosque, vigilantes y cautas, a perfumes de arándano traídos por el viento por sobre el riachuelo que canta en varios tonos. Sí; a veces hueles al padre bosque, misterioso y profundo.

Pero otras veces hueles a especias, a pimienta penetrante, a cúrcuma verdeamarilla fresca y fragante, a mercado callejero, a henna en la piel y marca roja en el centro de la frente. A sudor de caña de azúcar, a semillas de cardamomo, a ras el hanut.  A misterio oriental entre cortinas de seda acariciadas por una brisa suave, refrescante, a niños bañándose en el Ganges, el río donde los muertos inician su último viaje. Sí; a veces hueles a oriente, misterioso y profundo.

Y también hueles a mar. A roca cubierta de salitre, a pecio oculto tras el arrecife. A duna de oro transportada por los elementos. A brisa de la tarde cargada de humedad. A tormenta costera que llena  de ozono el aire y deja un no-sé-qué que cosquillea en la nariz, a-piel-mojada-a-grano-de-sal-de-roca-a-cristal-de-arena-a-rosa-del-desierto. Sí; a veces hueles a Mediterráneo, misterioso y profundo.

Sigo arrebujado bajo la manta inventando perfumes; ahora puedo ponerte uno distinto cada hora del día y con ello imagino a una Hannêkhris diferente y te multiplico por mil y obtengo mil y una versiones de ti. Todas eres tú, poliédrica, fragante, perturbadora, liviana, dulce, cosquipicante, reconfortante, excitante, musical… hasta que los adjetivos se acaban y recurro a nombres opuestos como calor y frescura, sonrisa y lágrima, deseo y logro, abrazo y mirada, vida y más vida. Te materializo en mi mente al otro lado del mundo y en un instante estás aquí transportada por tus olores evocadores y salvajes.

Ahora quemaré esta carta después de imaginar que te la envío. Lanzaré las cenizas al viento de poniente, y estoy seguro de que una minúscula partícula atravesará el océano y entrará en ti, llegará hasta tu espíritu y todo mi amor concentrado en un solo átomo se expandirá y entonces sabrás que no estás sola; que al otro lado del mar tu otra mitad te amará incondicionalmente hasta que el tiempo y el espacio colapsen.

Sorrento, a 4 de octubre.

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