martes, 3 de octubre de 2017

El río que nos lleva

Suelo pararme a contemplar, desde el viejo puente de los curtidores, la corriente del río. Lo veo girar en la lejanía enfilando el valle, despeñarse por la presa del molino y remansarse después, poco antes de reflejar en sus aguas verdes los arcos del puente. A mi espalda la corriente desaparece en el meandro para surcar otros caminos.

Tu voz me llega desde el murmullo de las aguas.

Los cantos rodados del vado dejan heridas en la piel líquida, heridas que se afilan y curan en pequeños remolinos austeros donde las hojas del otoño bailan el rondó y siguen su camino allá donde las lleven las corrientes, donde los peces acechan a los insectos caídos, donde la mirada del observador se centra entre la tersura del agua.

Tu pelo me llama desde esos remolinos.

Al atardecer la luz del sol crea un mar de estrellas en la superficie, astros errantes que nacen y mueren en un instante, que reflejan su luz en los pilares del puente y bañan el ambiente con gotitas de oro, enlentecen el tiempo, hacen brillar a las efímeras que vuelan sobre el agua, erráticas, como pequeñas hadas con alas transparentes.

Tus ojos me miran con ese brillo.

Tras las lluvias el caudal aumenta, los cantos rodados desaparecen engullidos por un mar de agua, los cañaverales de los márgenes se inclinan arrastrados por la fuerza de la corriente. Decenas de troncos ramas hojas papeles bolsas de plástico recuerdos perdidos son arrastrados aguas abajo, se atascan formando pequeñas presas, interrumpiendo el fluir por los ojos del puente, golpeteando los parteaguas, contribuyendo al bramar de la corriente impetuosa que hace temblar la tierra.

Tus manos causan ese temblor en mi cuerpo.

Me gusta pararme a pescar en ese río de murmullos, remolinos, brillos y temblores. Explorar lo profundo con el sedal, sentir en el tacto de la caña su vida, recoger lo que sus aguas me dan y devolverlo vívido e intacto.

Bañarme en él, dejar que sus dedos líquidos recorran mi ser, dejarme arrastrar por la suave corriente que me empuja hacia lugares desconocidos. Bucear hasta el fondo y reconocer con las manos cada piedra, cada recoveco lleno de vida, cada planta subacuática.

Hace tiempo que no quiero otras aguas. Algún día me lanzaré desde el puente y dejaré que la corriente me arrastre más allá del meandro, hacia un paraíso que sólo puedo imaginarme.

Otoño 2017.