jueves, 31 de diciembre de 2015

Anatomía comparada

La hipoglucemia estimula al hipotálamo lateral y produce estímulos vagales que nos obligan a comer. Tiembla el horizonte del mediodía, vapuleado por nubes de calor infernal que ascienden desde el suelo muerto. En la charca, ya lodazal, dos cerdos se revuelcan rosimarrones buscando acorazarse contra tábanos y moscas y se dedican roncos gruñidos de placer o hastío; el porquero suda una colosal siesta a la sombra de la cochiquera, que no es sino un inmundo casetón con un pesebre de agua sucia. Peripatética vida de cerdo sin nada que comer, sale el puerco mayor del barro y al durmiente se acerca sin ruido. Dientes de punta roma al cuello tiran. Sangre rubí salpica desde la herida. Ni un quejido. Sólo un instante de temblor y un leve pataleo antes del banquete, al que el otro cocho se suma en silencio. Atacan el abdomen y las tiernas vísceras hasta que el calor les detiene y entran a hociquear un poco del agua que de gris pasa a rosada. Pueden contemplar sus pequeños ojos en el reflejo, pero los cerdos no se fijan en esas cosas: ni siquiera conocen que el agua les devuelve sus rostros bebiendo. Saciados, vuelven con Eumeo eviscerado: el sombrero de paja no se ha movido de su cabeza; sin embargo, en esos pocos minutos que duró el beber algo había cambiado: cientos de moscas multicolores salidas de la nada besan al porquero en los ojos, la boca, las axilas, la sangre… Muscidae, Calliphoridae, Sarcophagidae, algunas hacen su puesta en el hueco de las entrañas convertido de repente en grial de una nueva generación; re-generación porqueril. ¿Cuánto persiste un cadáver expuesto al pleno sol junto a una ciénaga? El tiempo inverso a lo que dura hambre de los cerdos, que hasta los huesos trituran metódica, limpia, tenazmente. Las moscas y los puercos comparten genes: éstos respetan los huevecillos de aquéllas de tal manera, que parece imposible que no se les queden entre las muelas; Sus-suis; Sus Scrofa domestica. Por un improbable milagro, el sombrero del porquerizo queda instalado en la cabeza del cuino cochino guarro que adopta un imposible parecido con el antiguo propietario (¡Qué bella metáfora antropocéntrica!) y trata de erguirse a dos patas: las caderas no le dejan, malditos la Anatomía Comparada, Sobotta y Linneo. El calor es insoportable, el hedor también. ¡Cerditos, volved al barro!

No hay comentarios:

Publicar un comentario